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martes, 25 de enero de 2011

De fondo, no lo olvidaré nunca, sonaba el Réquiem de Mozart.

Eran aproximadamente las nueve menos cuarto, la hora en la que la noche se adueña de la calle y despliega su manto húmedo la escarcha. La manifestación había terminado. Despistada, como cuando bajas de una atracción de feria, la gente se desperdigaba andando sin dirección, vagando sin rumbo fijo. Los que estuvimos allí lo vimos. Algunos apuraban el paso pues habían dejado el coche en la otra parte de la ciudad, otros, con la sensación del trabajo bien hecho, apretaban los guantes para intentar sacar un último aliento cálido y rehogar sus fríos dedos. ¿Dónde vamos? Dijo alguien pensando que las victorias sin vítores no son victorias. Estamos cerca de la plaza de las flores, apuntó. ¿Qué no está en Murcia cerca de la plaza de las Flores?. En ese momento, no serían aún las nueve, un policía nos instaba a abandonar la calle, con excesivo tono dicho sea de paso. En ese momento nos detuvimos, los coches de policía que abrían la manifestación giraron sobre sí mismo encontrándose de frente con otros tres coches que cerraban el cortejo fúnebre. Como si de una prensa se tratase, los coches fueron cerrando el cerco de carretera que pasó de unos diez metros de separación a unos cinco, y así, hasta no más de uno o dos. La gente, que aún rodeaba el manto de velas que habíamos dejado en el suelo, salía increpada por los policías y empujadas por los movimientos de los coches celulares. Nosotros nos dimos la vuelta pensando que aquello se complicaría de un momento a otro. La policía despejó la carretera, pero los manifestantes, como si de un templo sagrado se tratase, se cerraron en torno a aquel estrecho círculo plagado de velas con dos ataúdes. La Policía los aisló, restableció el tráfico, y allí, en un margen de la carretera, mirando fijamente al fuego, se quedaron los últimos manifestantes, vigilando el fuego, perdidos en la llama, con la incertidumbre, con los deseos.De fondo, no lo olvidaré nunca, sonaba el Réquiem de Mozart.

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